Las personas tienen sueños. Muchos logran llegar a cumplirlos y se sienten satisfechas. Un número menor de ellos alcanzan reconocimiento entre sus pares, y solo un número aún más pequeño se convierte en sinónimo de una actividad. Esta es una breve historia de un muchacho, Enzo Ferrari, nacido en Módena el 18 de febrero, pero debido a una copiosa nevada, su nacimiento fue registrado el 20 de febrero de 1898.

Este joven comenzó viendo a los heroicos caballeros sobre sus mastodónticos vehículos: casi como un nuevo virus, el del automóvil, éste se esparció entre los mozos de Italia y Europa. Cuando este virus les afectó, uno de los infectados fue nuestro protagonista. Se cuenta que el virus de la velocidad le contagió a la vera de una pista de tierra. Esto sucedería cuando él y su fratello vieron pasar, de cerca, al Villeneuve de la primera década del siglo pasado, Vicenzo Lancia al volante de su FIAT. Cuando regresó a su casa, no era el mismo. Ese momento mágico había transformado al pequeño Enzo Anselmo Giuseppe Maria en Enzo Ferrari.

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La empresa de Ferrari, ubicada en Maranello

Cuando la Segunda Guerra Mundial tocó a su fin y las campañas tañeron celebrando el final de la matanza, Enzo Ferrari se había instalado en la pequeña Maranello, a solo 19 km al sur de Módena. Esta minúscula localización cobraría vida e importancia cuando adoptó al rojo Italia como su color estandarte.

Allí nacieron los primeros prototipos sport y el famoso monoplaza 166 S. Este último diseñado para la formula libre. Además, uno de estos ejemplares fue el comprado por el gobierno argentino (o el A.C.A) para cedérselo a Juan Manuel Fangio en sus comienzos como piloto internacional.

El sueño de Enzo Ferrari

Cada persona tiene una motivación para lograr objetivos. En el caso de Enzo Ferrari era derrotar a la ALFA Romeo, empresa de la que había sido manager del equipo deportivo y la que, por contrato firmado, le había vedado la posibilidad que una empresa con su nombre naciera con algunos años de anticipación.

El renacer

Solo un lustro debería esperar para alcanzar su sueño. Cuando las empresas de automóviles dejaron los uniformes de lado y el tronar de los cañones dejaron paso al rugir de los motores de nuevo, las fábricas deberían volver a atraer al gran público. Se tenían que vender coches para reactivar la economía. Los coches de calle no eran suficientes, sino que hacían falta héroes y pur sans para domar. Para juntarlos se debería volver a recrear un campeonato. Ya no europeo, pues el mundo había cambiado, sino Mundial. La llamarían Fórmula Uno y tendría su debut el 13 de mayo de 1950. ¿El sitio elegido? la victoriosa Inglaterra; más precisamente el antiguo aeródromo de Silverstone. En ese momento, el nombre de Campeonato del mundo era demasiado pomposo, ya que se disputarían cinco carreras oficiales en Europa y una, casi por obligación, en los EEUU, las míticas 500 millas de Indianápolis.

Falta con aviso

Silverstone era el escenario, y la familia real británica, los anfitriones. Estaban todos presentes… excepto los rojos bólidos adornados con el Cavallino cedido por la familia Baracca. ¿La razón? Enzo Ferrari no estaba de acuerdo con el dinero que recibiría como participantes de la competencia. Es por esa razón que la mayor insignia de la F1 no estuvo presente en esa primera fecha. Su debut ocurriría solo 8 días después.

El debut

La segunda carrera se llevaría a cabo en las calles del antiguo trazado de Montecarlo. Ferrari alineaba al hijo de la leyenda, Alberto Ascari, al francés Raymond Sommer, al zorro plateado, Luigi “Gigi” Villoresi, y al inglés Peter Whitehead. Esa carrera se disputaría a cien vueltas, una extensión tradicional del principado, solo alterada por el único caso fatal sufrido por un piloto de la máxima categoría en actividad 17 años más tarde. En la parrilla de salida, Ferrari alcanzaba el sexto puesto gracias a Villoresi. Inmediatamente, detrás suyo, aparecía Ascari y noveno ubicaba su Ferrari Nº42, Raymond Sommer.

La carrera tuvo la particularidad de casi definirse en la primera vuelta, cuando el piso seco fue mojado por una sola ola que aterrizó en el Quai Etat Unis. Casi todos se pegaron, excepto Fangio, a la postre ganador –su primer éxito en la F1-, Alberto Ascari, ubicando a la Ferrari en segunda posición, a una vuelta del balcarceño, y el inoxidable Louis Chiron en tercer lugar. Raymond alcanzaría el cuarto puesto, a tres vueltas del ganador, mientras que Luigi abandonaría por problemas en el eje trasero.

Verdad a medias

Después del Grand Prix de Mónaco, el Commendatore se dio cuenta que el monoplaza era evidentemente inferior a los Alfas 158 de anteguerra y debía trabajar sobre él para poder alcanzar la cumbre de sus sueños. Por esa razón, el Cavallino tampoco estuvo presente como team oficial en el GP de Francia de 1950. Aunque está aseveración es una verdad a medias, ya que Peter Whitehead decidió convertirse en el caballero del Cavallino y se inscribió como piloto particular. Su resultado fue mediocre, pues si bien siendo piloto privado y alcanzando el tercer puesto, Peter perdió tres giros con respecto al ganador.

Hasta aquí llegamos con el sueño de Don Enzo y los primeros GPs disputados en la máxima categoría mundial, la recién nacida Fórmula 1. Seguimos mañana.

 

Imágenes: Shell & techcty

Fuentes:

  • Hayhoe, D. Formula 1 The Knowledge, Second edition. Veloce Publishing. 2019.
  • Deschenaux, J. Gran Prix Guide 1950-1999.
  • Enciclopedia SALVAT del Automóvil – Fascículos 5 (pp 294 a 320 ) y 6 (pp 1 a 3).