Juan Manuel Fangio decía de Alberto Ascari que una vez el italiano cogía la punta era dificilísimo arrebatársela. Y sí, ganar una carrera desde la pole siempre ha resultado más sencillo —la frase del Chueco creo que es de una reflexión que hizo en 1957 recordando la temporada 1952—, por ello la clasificación se suele librar a degüello y sin concesiones ni intención de hacer rehenes.

Ser poleman sigue siendo de suma importancia en la actualidad, pero mientras se está imponiendo la sensación de que no hay nada que hacer sin un pepino que te proporcione 1 segundo de ventaja por vuelta, lo cierto es que nuestra actividad ha sido generosa en capítulos donde la persecución ha sido ingrediente principal, y alguno de ellos reciente en el tiempo.

Podemos irnos a la prueba que ganó precisamente Fangio en el Nürburgring, ofreciendo una clase magistral de persecución durante el Gran Premio de Alemania de 1957, o recordar que Lewis Hamilton mantuvo en jaque a Nico Rosberg prácticamente todo el Gran Premio de Mónaco 2014, buscando con ello que el alemán cometiera un error que finalmente no sucedió. Aunque pueda parecer que perseguir consiste tan sólo en ponerse a cola de un vehículo y superarlo en una o dos vueltas, también es la última arma que le queda a quien se sabe en inferioridad pero así y todo atosiga a su rival, se deja ver por sus retrovisores y se hace omnipresente con la intención de desconcentrarlo y ganar así una oportunidad que de otro modo no tendría.

Michael Schumacher y Fernando Alonso mantuvieron una frenética lucha en el Gran Premio de San Marino de 2005. A once vueltas del final, el de Kerpen comenzó a mostrar sus cartas ante el asturiano y la pelea se intensificó en los últimos giros. El de Oviedo se acabó llevando el gato al agua al igual que hizo Rosberg en Mónaco’14, pero ello no quita un ápice de importancia a lo que lograron conteniendo a sus perseguidores, más bien se la da, porque una buena persecución tiene dos protagonistas: el cazador y la presa, que se enfrentan sobre la pista aunque en realidad están jugando en el plano psicológico por ver quién es más frío, más calculador y más eficaz en su respectivo papel.

Se cuenta que Niki Lauda enseñó a Alain Prost el noble arte de la persecución en su primer año de convivencia en McLaren. El francés era hasta entonces un piloto rápido que buscaba resolver las situaciones sobre el asfalto a la mayor brevedad posible. No se puede decir de él que tuviera tendencia a la prisa o la fogosidad antes de 1984, pero a partir de estar con el austriaco cambia. El de Saint-Chamond se enfría, se hace metódico y aprende a analizar a sus competidores mejor de lo que hacía antes, busca sus puntos fuertes y localiza los débiles, poco a poco se ha convertido en Le Professeur. No le hacía falta disponer de la mejor herramienta, todo el mundo en la parrilla sabía a ciencia cierta que tenerlo detrás iba a suponer un enorme quebradero de cabeza y, seguramente, rendir la posición más pronto que tarde.

Prost tenía ganada la partida psicológica antes de subirse al coche, al menos hasta que se encontró con Ayrton Senna en su camino. Luego ya sabemos lo que sucedió: dos mentalidades tan fuertes es difícil que no hagan saltar chispas…

Ya termino. Sebastian Vettel reclama a Ferrari un monoplaza mejor para poder enfrentarse a Mercedes AMG y Lewis Hamilton, pero con ello, y seguramente de manera inconsciente, se está mostrando inferior a sus enemigos porque lejos de la pole no sabe desenvolverse. Se mira en Senna, en Schumacher, olvidando a Prost y que incluso no siendo polemen, todos ellos eran capaces de parecer lobos en mitad de la parrilla y asustaban todo aquello que se les pusiera por delante.

Os leo.

 

Imagen: Renault Sport