Hemos vuelto, acompañados por un frío invernal, nuestros corazones y el híbrido estruendo de la máxima categoría del automovilismo han vuelto a ponerse en sintonía para devolvernos ese pedazo de existencia que el fin de Abu Dhabi nos rebata, y que nos mantiene en vilo aferrados a la melancolía hasta los primeros esbozos primaverales.

La espera ha acabado, y con ella vuelven las decepciones, tristezas, aunque también se dibujan los primeros atisbos de alegría que nuestra esperanza se ha encargado de preparar durante el duro invierno. La tuerca, la tuerca mal colocada del Mclaren hacía a Fernando medio volar en la recta de entrada a meta, devolviéndonos por tres horas a los fantasmas del pasado, a la sensación de que nada ha cambiado, y de que esa mala suerte que nos ha caracterizado y acompañado en los últimos tiempos.

Pero mi reflexión es: un desagravio puntual no debe arrebatarnos la esperanza, el Mclaren corre, y un coche que corre en manos de Alonso es, permítanme, medio gol. Habrá que esperar al desarrollo de las demás jornadas de test, a la aparición de la climatología, u otros factores que puedan alterar la ecuación, pero, pese a haber perdido la mañana entre reparaciones, mis sensaciones son inmejorables, me gusta lo que veo y siento, así que, eso sumado a la innegable esperanza que llevamos en el carnet de alonsistas, cualquier atisbo de mejora es paraíso terrenal tras tres años navegando en un mar de promesas vacías y de completas decepciones.

Con estas buenas sensaciones me quedo, aunque consciente de que de espejismos ya hemos estado bien servidos, parece que el RENAULT que luce el Mclaren en la parte final del pontón, ya nos evoca per se, recuerdos imborrables de cuando nuestro samurái lucía la victoria, recuerdos que nos hacen pensar que volveremos a ver y sonreír las victorias de nuestro campeón, ya que sigo creyendo que todo este periplo por la niebla no era más que un viaje, el viaje con la barca de Caronte, aquel que debe dejarnos a las puertas del paraíso, pero, si el periplo acaba en el infierno, a mi no me verán dejando el barco…