Me enfrento al teclado para reflejar unas líneas de reflexión con un corazón dividido constantemente, una sensación de euforia al pensar que podríamos ganar las 24 h de Le Mans, y un corazón compungido que busca respuestas entre tanta desolación en F1.

Este fin de semana vivimos la carrera número 300 de Alonso en F1, número redondo que no pudimos convertir en alegría porque el MCL-33 no aguantó, y si me permiten la analogía, al caer el turbo de Alonso me dio la sensación de que sus fans decaimos también, en una sombra de tristeza que nos persigue desde que le vimos vencer en F1 por última vez.

Pero, como ser fatalista nunca se me ha dado bien, tengo la sensación de que aún el destino puede depararnos algo grande, por eso clamo al cielo justicia para uno de los mejores pilotos en la historia de la F1, al que el estado actual decadente de la categoría le está condenando a un ostracismo involuntario, a buscar fortuna en otros mares, aguas en las que es recibido entre aclamaciones y vítores, mientras que en F1 sigue en el calvario de un coche y una escudería que son más expertos en generar expectativas que en construir una maquina veloz.

Lo que tengo claro, espero, y deseo, que, pese a ser un momento complicado en lo que todo apunta será otro año en blanco para nosotros, tengo la esperanza de poder celebrar otros tantos compromisos más junto a nuestro samurái, que bien nos ha demostrado el arte de la paciencia y la perseverancia, y que, si bien es cierto que hay decisiones que muy probablemente no comprendamos, está claro que, habiendo soportado calamidades indecibles, sería un injusto histórico que un bicampeón a este nivel abandonara por la puerta de atrás.

Y es por eso que mi esperanza es que, bien sea Mclaren, o bien sea otra escudería, puedan mantener a Alonso en F1, motor indispensable del espectáculo y del talento innato en este deporte, lo dicho a corazón abierto y dividido: Sí a Toyota y sus máquinas, pero por favor, Alonso, sí a la F1 y a tus fieles seguidores…

Imagen: @xaviimages