Desgraciadamente, cuando se recurre al temperamento para justificar la deriva hacia el ocaso de un piloto es que suele haber razones detrás que nadie quiere ni analizar ni ver.

Pascal Wehrlein, una de nuestras más firmes promesas hace tan sólo unos años, ha perdido su asiento en Sauber y está siendo vendido al público en la actualidad como un buen conductor que ha perdido su oportunidad y al que Toto Wolff está haciendo poco menos que un favor ligándolo a Mercedes AMG en 2018, y todo porque el chaval no ha resultado todo lo dócil que requiere el negocio.

Sobre la docilidad y la sociabilidad podría escribir ciento y la madre artículos como éste, ya que tradicionalmente no han sido señas de identidad que hayan encajado con lo exigible a un piloto campeón. Ejemplos hay a patadas y muchos de ellos no demasiado lejanos en el tiempo. El propio Max Verstappen dio muestras de su espíritu rebelde antes de ser premiado con el ascenso a Red Bull, y ya en el seno de Milton Keynes, no han sido precisamente pocas las veces en que él o su entorno inmediato, han tratado de poner contra las cuerdas al equipo por mejorar las condiciones de trabajo y expectativas, incluso llegando a la amenaza de irse.

Como vengo diciendo, el egoísmo, el temperamento y la prisa por obtener resultados, han sido siempre sinónimos de raza al volante —en el caso de Pascal dieron para vencer en el DTM, consagrándolo como el más joven en hacerlo—, y haríamos muy mal asimilando sin hacernos preguntas, que de un tiempo a esta parte sirvan como excusa para justificar lo que en el fondo no deja de ser una pésima planificación de la carrera del alemán o de cualquier otro que hay sufrido su misma suerte.

Entre la confianza que mostró en Wehrlein Monisha Kaltenborn y su sustitución definitiva por Charles Leclerc no hay otra cosa que un cambio de dirección en Sauber, el empeño del propietario en mantener en su habitáculo a Marcus Ericsson y la llegada de Marchionne bajo la bandera de Alfa Romeo, y aquí sólo cabe preguntarse qué demonios ha hecho Mercedes en todo este tiempo para evitar que el de Sigmaringa se quedara sin asiento, o si el objetivo era precisamente sacarlo de la Fórmula 1 por la puerta más fea posible.

El tema de no haber sabido aprovechar sus posibilidades no vale para lo que estamos tratando porque se enfrenta a una realidad bastante testaruda. Con pocos entrenamientos y una disciplina del motorsport que ha abundado en masacrar a los equipos pequeños en favor de los grandes, estrenarlo en Manor no parece una grandiosa idea. Ni tampoco se sugiere en su teórico ascenso a una Sauber que ha trabajado en 2017 con una unidad de potencia de 2016.

Todo esto que estoy contando lo sabían perfectamente quienes decidieron en su día que el camino más adecuado para valorar el auténtico rendimiento de Pascal pasaba por ponerlo en coches con nulas expectativas. En este sentido, tampoco debemos olvidar que el alemán ha cumplido con creces su cometido: consiguió el primer y único punto de Manor en 2016, batiendo a Esteban Ocon; y en Hinwil más de lo mismo: logra los únicos 5 puntos de Sauber en la tabla de constructores y barre del mapa a Marcus Ericsson…

Y bien, nuestro protagonista ya es pasado en nuestra especialidad. Tiene complicadísimo volver a ser titular debido a la nueva hornada de pilotos que ya han comenzado a tomar posiciones, pero me temo que no ha sido por su temperamento sino por la corteza de miras o negligencia, o vaya usted a saber qué, de quienes tenían obligación de haberle cuidado y en enero del año pasado se justificaban por no haberle elegido para sustituir a Nico Rosberg en que «no queríamos quemar a Pascal.»

Pues bien, tal vez no fuera ésa la intención, pero visto lo visto, da la sensación de era precisamente lo que se buscaba, eso y que otros se mancharan las manos.

Os leo.