El ideario colectivo acostumbra a jugarnos malas pasadas, y tal es así, que si se pregunta ahora mismo sobre lo que ocurrió realmente en el pasado Gran Premio de Canadá entre Sebastian Vettel y Lewis Hamilton, más de uno y de dos, seguramente un porcentaje muy alto, argumentará que los dos espadas estaban enfrentándose casi a primera sangre…

Surgía pronto en redes sociales la potente imagen de Gilles Villeneuve y René Arnoux dirimiendo a cara de perro quién de los dos ocuparía el segundo cajón del Gran Premio de Francia de 1979, y caló hondo y rápido en el alma de un aficionado cada vez menos acostumbrado a estas cosas. Luego sucedió la fea escena en la antesala del podio y ya resultaba tarde para reflexionar con calma sobre lo sucedido, máxime teniendo como telón de fondo el enorme ruido ambiental provocado por los habituales bandos de opinión y, lógicamente, el episodio habido en el trazado de Dijon-Prenois hace cuatro décadas.

Bueno, han pasado diez días desde que Vettel y Hamilton se encontraron en el circuito de Montreal y me parece oportuno recalcar que no existió ningún duelo, mucho menos a primera sangre, y que, en realidad, ni siquiera hubo contacto gracias a que el piloto británico levantó el pie para evitar el encontronazo con el monoplaza del alemán.

Por ponernos en situación, diré primero que René y Gilles, o Gilles y René, como prefiráis, se encuentran en pista a pocas vueltas del final. El francés viene macerando el adelantamiento al canadiense para situarse detrás de Jean-Pierre Jabouille, quien rueda cómodamente situado en primera posición. El de Renault sobrepasa al Ferrari y algo distanciado cruza la meta delante de su rival en el giro 78, pero Villeneuve no está dispuesto a ceder fácilmente y tras recortar terreno ataca con todo lo que tiene, originando con ello uno de los duelos más hermosos (y famosos) que se han visto en Fórmula 1…

En total son algo más de dos vueltas, con una, la última, en la que el protagonismo lo tienen los contactos entre vehículos, los continuos rifirrafes, el aprovechamiento de las partes exteriores del asfalto, las frenadas al límite… en fin, qué os voy a contar.

En Canadá no existió nada de esto. Hamilton viene reduciendo distancia sobre Vettel y, en la vuelta 48, éste pierde la trasera del monoplaza, se mete en la escapatoria, sale de ella y se acabó.

Como decía hace unas líneas, Lewis evita el choque y se asegura de mantenerse lo suficientemente cerca del piloto de Heppenheim hasta ver el banderazo final. No hay defensa de posición. No, no existe. Vettel no quiere perder plaza y eso le acarreará la sanción, pero en realidad, ni él ni Hamilton se ven obligados a forzar las cosas más allá de lo que supuso el incidente de reincorporación a pista del Ferrari. Es más, el alemán cruza la meta en ese giro con casi un segundo de ventaja sobre el británico.

Sinceramente, llamar duelo a esto me parece mucho llamar, y más si se pretende compararlo con la escena que acabo de relatar hace tres párrafos.

Entiendo la actitud de los defensores y detractores de la sanción, pero duelo, lo que se dice duelo entre Hamilton y Vettel, no hubo en el Gran Premio de Canadá, y si me he animado a escribir estas pinceladas es con la esperanza de que esta óptica que estoy aportando sirva para enfocar y entender correctamente el nivel de sobreactuación que se alcanzó en el Gilles Villeneuve. Nadie mancilló el deporte ni impidió que dos pilotos protagonizaran una lucha a muerte, sencillamente porque tal circunstancia no existió.

Os leo.