Lo cierto es que se podría escribir bastante tratando de indagar sobre el atractivo que supone Charles Leclerc para los tifosi, más allá, claro está, de ese estándar que se ha abierto paso a través de la prensa para instalarse en el acervo de un aficionado que se autodefine como ferrarista, demasiadas veces habiendo oído campanas sin saber dónde.

Entre las muchas frases atribuidas a Enzo Ferrari está la siguiente: «Las carreras las ganan mis coches y las pierden los pilotos», lo que granjeó a Il Commendatore un extra en su aureola de soberbia latina que él jamás trató de contrarrestar, ni de discutir siquiera, entre otras cosas porque hasta el 14 de agosto de 1988, fecha de su muerte, fue algo más que una simple expresión ya que encerraba una filosofía, una concepción del deporte que no ha tenido parangón desde 1956, momento en que Juan Manuel Fangio abandona La Scuderia y Ferrari no vuelve a contratar a ningún Campeón del Mundo hasta que, ya en 1990, Luca Cordero di Montezemolo rompe con la vecchia tradizione treinta y cuatro años después, y trae a Alain Prost, tricampeón con McLaren (1985, 1986 y 1989).

Antes del monumental desencuentro habido entre Ferrari y el argentino, sólo Nino Farina había defendido los colores de la rossa siendo Campeón del Mundo con otra marca (Alfa Romeo, 1950). Excepción hecha del de Balcarce —se había quedado sin asiento debido al abandono de la competición de Mercedes-Benz a finales de 1955, como consecuencia del accidente en la edición de las 24 Horas de Le Mans en el que murieron más de ochenta espectadores además del conductor de la firma de Stuttgart Pierre Levegh—, desde Alberto Ascari en adelante, las máquinas de Il Cavallino Rampante creaban los campeones…

Alberto Ascari (1952 y 53), Mike Hawthorn (1958), Phil Hill (1961), John Surtees (1964), Niki Lauda (1975 y 77) y Jody Scheckter (1979), amén de leyendas como Gilles Villeneuve, fueron aupados al panteón deportivo gracias a que se cruzó en su camino la italiana, al modo Enzo Ferrari, alla vecchia maniera.

Después de la aplicación del nuevo concepto, sólo un piloto ha cumplido el canon: Kimi-Matias Räikkönen (2007), pues Michael Schumacher vino a Maranello con dos títulos conseguidos con Benneton en 1994 y 1995…

Charles Leclerc, goza, además de su incuestionable calidad a pesar de sus pocos años en Fórmula 1 —ésta es su segunda temporada en la máxima disciplina—, de este sabor añejo que estamos describiendo. Es hombre de la casa, pero no consiste sólo en que él está haciendo grande a Ferrari, es que La Scuderia lo ha descubierto y lo está proyectando, y este es un valor añadido que no se escapa al paladar de los tifosi. Hay material. Lo estamos comprobando en cada carrera. Cuando las ruedas son tan cruciales, él las trata como figuras de porcelana. Con coches tan dependientes del agarre aerodinámico como los de hoy, el monegasco es capaz de jugar con fuego sin quemarse, como vimos este pasado sábado en Marina Bay, donde consiguió la pole arriesgándose a perder el monoplaza contra las protecciones con tal de firmar la mejor vuelta rápida en clasificación.

Es un chiquillo todavía pero pertenece a la vieja estirpe y por eso enamora incluso a los que no se consideran ferraristas, porque muestra pasión y quiere hacer grande a Ferrari haciéndose grande con ella, alla vecchia maniera, como le gustaba al hombre que también acuñó: «A mis pilotos les doy tres cosas, optimismo, un entorno creativo y la motivación definitiva: la competencia. Al competir entre ellos en casa, son los mejores en los circuitos…»

Os leo.

 

Imagen: @Charles_Leclerc